lunes, 8 de mayo de 2017

Iglesia de San Cornelio y San Cipriano, Revilla de Santullan (Palencia)




Esta pequeña iglesia de volúmenes perfectamente marcados, se nos presenta como una modesta construcción rural, y nada hace pensar que guarde en su interior, escondido tras un pórtico construido en el siglo XVI, una portada de una riqueza iconográfica y decorativa tan excepcional, que constituye una de las piezas más interesantes del románico palentino. Dejaré para el final la descripción de esta joya.


El templo es de una sola nave, que tras un breve tramo recto queda rematada en un ábside semicircular. En su origen todo hace pensar que estuvo cubierta por una bóveda de cañón apuntado, que fue sustituida en el siglo XIX por un entramado de madera. De la decoración exterior podemos destacar su espadaña con remate triangular y una interesante colección de canecillos decorados con distintos y curiosos personajes, músicos, guerreros, danzantes, figuras femeninas, y también mascarones y monstruos, que parecen observarnos desde la altura con sonrisas burlonas. 

En el interior, de la cubierta original solo se han conservado el tramo recto presbiterial y la del hemiciclo absidial rematada en cuarto de esfera, en las que aún podemos apreciar los restos de las pinturas al fresco con las que estuvo decorado este templo. Pero como hemos mencionado la verdadera joya de la iglesia de San Cornelio y San Cipriano aparece al traspasar el pórtico, que añadido durante época renacentista, ha permitido que se conserve prácticamente intacto el soberbio repertorio escultórico de su portada. Esta espléndida portada, de sobrecogedora belleza, se compone de seis arquivoltas ligeramente apuntadas, que apoyan sobre capiteles donde podemos apreciar el realismo, la sofisticación y el extraordinario acabado de las figuras que los decoran. La segunda arquivolta de esta portada aparece decorada con la representación de una maravillosa última cena, en la que Cristo aparece en la clave flanqueado a cada uno de sus lados por seis apóstoles. El escultor de esta magnífica obra fue el maestro Miguel que tan orgulloso se sintió de ella que no pudo resistir el deseo de dejar constancia de su nombre, representándose a sí mismo bajo una inscripción en la que podemos leer “Michaelis me fecit”. Perdonado queda el maestro Miguel de su pecado de orgullo, por regalarnos esta maravillosa obra que sin duda nos acerca al cielo mientras la contemplamos y admiramos.





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